Es esta una afirmación que se nos antoja propia de las abuelas y de aquellos tiempos en que las personas mayores convivían en familia y derrochaban experiencia, sabiduría y también disciplina aderezada con mimo en torno a padres y nietos. Lo decían para hacer ver la importancia de educar y fomentar determinados buenos valores a los más pequeños de la casa, para encontrarlos así, hechos unos adultos de provecho en el futuro. Es cierto y demostrable que los niños, desde que llegan al mundo, vienen preparados para ser estimulados y aprender sobre la realidad que les rodea por puro instinto de supervivencia. Yendo más lejos, pero apartando radicalismos en los que se vuelve loco al pequeño con tanta información, resulta evidente que, cuanto más aspectos conozca un niño pequeño, mejor los desarrollará y cuanto antes se inicie, más fácil le resultará llegar a lograr lo que se propone. Psicólogos, pedagogos y maestros siempre recalcan los notables perjuicios de la super protección en la sociedad de las macrofiestas de cumpleaños, los grandes regalos para niños demasiado pequeños, las comuniones que son más que bodas y los padres ausentes tras la empañada cortina de la conciliación, que solo les permite ver parte de lo que conforma la vida de unos hijos a los que ofrecen como saben o pueden, ese tiempo ínfimo pero de calidad que les han vendido, como si se tratase de píldoras de detergente concentrado.
Pero, ¿qué sucede cuando se nos rompen los esquemas y llega un bebé con discapacidad a la familia? A estas alturas la teoría al menos, pasa por avanzar hacia la autonomía y el pleno desarrollo del pequeño desde el principio y no por meterlo en una burbuja entre algodones. Pero esa es la teoría. La teoría que se define como lo mejor para el niño aunque resulte el camino más difícil. Es aquí cuando comienza la senda de la denominada ‘Atención Temprana’ que se define como una disciplina que aborda la intervención precoz en el desarrollo de los niños y niñas de 0 a 6 años.
Nos vienen familias muy informadas pero otras incluso llegan a enterarse por nosotros del diagnóstico real de su niño. No saben ni lo que es la parálisis cerebral y comienzan, junto a nosotros, un proceso de asimilación complejo
Isabel Jiménez desempeña su trabajo como psicóloga y Coordinadora del Equipo de Atención Temprana en ASPACE Badajoz y nos relata en qué consiste el proceso desde que comienzan a atender a los niños y sus familias. «Lo primero que se hace es recibir al pequeño que llega derivado del Centro de Atención a la Discapacidad que es el encargado de comunicar la necesidad real que tiene ese niño de recibir terapias y servicios en Atención Temprana«. Ya se conoce pues, su diagnóstico y otras informaciones sobre diferentes aspectos que ayudarán a un desarrollo eficaz en la intervención.
«Posteriormente», apunta Isabel, «llega el momento de ponerse en contacto con la familia desde el centro, para hacerle saber que el pequeño puede asistir a tratamiento. Además, se les piden todo tipo de informes médicos así como cualquier otra observación sobre el niño que pudiera resultar de utilidad para, por ejemplo, conocer si existen trastornos motores, entre otras cosas. Se trata de que el entorno ofrezca todos los datos que tenga para poder hacernos una idea general de cómo se encuentra el niño”. En ASPACE, según aclara la Coordinadora del Equipo de Atención Temprana a ‘Miradas’, se realiza un enfoque de cada caso totalmente individualizado. «No es lo mismo un bebé de solo tres meses que un niño de tres años, las afectaciones que cada uno tenga o el tiempo que lleven recibiendo algún tipo de terapia. No se trabaja igual si nos llega un bebé recién nacido, cuando ese niño tiene ya cinco años, que con otro pequeño de cinco años también, pero que acaba de entrar en el centro. Así, dependiendo de muchos factores, encauzamos la estimulación por una u otra vía». En la entidad, se cuenta con un equipo multidisciplinar en el que hay un psicólogo, un fisioterapeuta y un logopeda, entre otros especialistas. Todo encaminado al desarrollo del mejor tratamiento al que el niño pueda responder de la forma más eficaz posible. En cualquier caso, como apunta Isabel Jiménez, «se realizan valoraciones cada seis meses para comprobar si todo va bien o se debe procesar algún cambio en cualquier aspecto».
Son las familias, las que solicitan este servicio a sabiendas de que su pequeño no tiene un desarrollo normal. «Algunas de ellas», apostilla Isabel, «nos vienen muy informadas pero otras incluso llegan a enterarse por nosotros del diagnóstico real de su niño. No saben ni lo que es la parálisis cerebral y comienzan, junto a nosotros, un proceso de asimilación complejo en el que sus expectativas se enfrentan con la realidad. Desde ASPACE, les ofrecemos una serie de pautas para que vean hasta donde pueden llegar y cómo hacerlo».
Como señalan diferentes estudios científicos, la plasticidad cerebral no es la misma en un bebé o niño pequeño que en un adulto. De ahí la indudable necesidad de los servicios y tratamientos que ofrece la Atención Temprana en todas sus disciplinas y la gran importancia de un diagnóstico precoz para no perder tiempo innecesariamente. De hecho, los propios centros que la imparten con los que hemos hablado, aseguran que resultaría imprescindible que los mismos médicos, no solo enviasen el diagnóstico pertinente, sino que se pusieran en contacto directo con los profesionales del mismo. Ese es uno de los aspectos a reivindicar, pero existen otros fundamentales como que la Atención Temprana sea pública, universal, gratuita, accesible y descentralizada.
