Historias

En situaciones de crisis, reluce el ser humano

En situaciones de crisis, reluce el ser humano

Mirada Social

18 marzo, 2020

Después de la tormenta llega la calma. Aunque este 2020 está guionizado de tal forma que la calma visible a través de las ventanas de nuestros hogares será realmente calma cuando se escuche la tormenta sociabilizadora. ¿Quién nos iba decir cuando terminamos de comernos las uvas lo que nos iba a deparar los nuevos años veinte? Ni el mejor guionista. Si después de la última campanada, lo primero que observamos es el trailer del año, a todos se nos indigestan. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Primero fue la historia interminable de enero. Después llegó un febrero premonitorio, aunque sin novedad en el frente. Hasta aterrizar en marzo y tener tiempo de sobra pensar en los mejores años de nuestra vida. Esto nada más acaba de comenzar, pero ya reluce el ser humano.

Sí, todavía queda un largo camino por recorrer. O eso parece. Pues, mal que se atisbe lejano el nudo de la película del año, parece ser que abril esconde la última jugada. Nos aguarda, tras una nueva línea enemiga, un asteroide de entorno 3-4 kilómetros cuyo recorrido esperemos no tenga que ver con un viaje hacia el centro de la tierra. De producirse una colisión, estaríamos ante un final sorprendente y a su vez decepcionante.

Mucho se han esforzado los guionistas en la trama de 2020. Muchos giros y cambios de guion. Tan impredecible todo que, incluso, ningún capítulo de ‘Los Simpson’ fue capaz de predecirlo. Parece que alguien ha descubierto nuestro ‘Show de Truman’ y el director, sin solución, se apresura en finiquitar y poner el broche de oro a la película. Eso, o nos mantiene en cuarentena para arreglar el decorado del plató correspondiente al cambio climático. De una manera u otra, lo que no contaba nuestro particular Ed Harris o Christof es que la unión hace la fuerza y, ahora mismo, somos invencibles.

Juntos, somos invencibles. Cada aplauso que retumbe su eco en cualquier ciudad del país es un motivo más para ser invencibles. Esta tarde a las ocho, como todas las tardes que sean, los balcones volverán a presenciar el sonido de la emoción; de la unión. Cada aplauso derrumba el egoísmo. Lucha contra el miedo y nos hace sentirnos acompañados. No estamos solos. Cada aplauso reconoce a todos como héroes y heroínas. A los que se juegan en primera línea la vida. A los que no tienen más remedio que salir a trabajar. A los que se quedan en casa. Cada aplauso es un día más que pasa y un día menos para vencer.

Son días donde se está viendo como lo mejor del ser humano eclipsa a la minoría que se va a la playa, campo o egoístamente sale a la calle. Días de emoción. Emoción ante la solidaridad masiva vía redes sociales para prestar servicios a quiénes lo necesiten; ante la responsabilidad de permanecer en casa con síntomas dubitativos; ante las ayudas de la comunidad China entregando mascarillas a equipos médicos; o ante el caso de Charo. Una persona mayor residente sola en un piso de Lavapiés, Madrid, cuyos vecinos han llevado a su puerta una tarta de cumpleaños y desde el balcón sonó el canto unánime de “cumpleaños feliz”.

 


También merece una mención aparte el sentido del humor que nos inunda. No aquel que saca a algo parecido a un animal de compañía para darse una vuelta por la calle. No, más bien aquel alineado con sacar la parte divertida de la situación. Como la policía jugando al escondite para encontrar al que se salte el estado de alarma. O como esa comunidad de vecinos en las que un día se juega al bingo, otro día se hace una fiesta con un dj asomado al balcón e incluso quedan para hacer deporte en comunidad. Ni que decir tienen los genios, por llamarlos de alguna forma, que nos explicaban su forma de ver el contagio del virus, las elecciones a tomar o como nada más comenzar una cuarentena hemos colapsado de tantas iniciativas en los primeros días.

 

 

Como esos pequeños grandes héroes de cada casa, que, lejos de permanecer ajenos a lo que sucede, han adquirido el superpoder entre los superpoderes. Abanderan esta guerra con el único arma que conocen, el más infalible de todos: la alegría. Pintan de colores los corazones de los adultos con un arcoiris en cada ventana. Renuncian a correr por sus parques y subirse a sus columpios con una responsabilidad tajante y tan grande que no les cabe en esos cuerpos tan pequeños. Algunos trabajan frente al ordenador, rodeados de libros, lápices y cuadernos para que siga el curso, no vaya a ser que se prolongue el cole durante el verano. Echan de menos al profe, sus chistes y hasta sus regañinas. Ni que mencionar tiene a sus  mejores amigos y su patio. En definitiva, su cole. Increíble, pero cierto. Menos mal que pueden verse y oírse frente a la pantalla. Pero quieren abrazarse, achucharse fuerte y hasta pelearse otra vez. Queda menos, ya queda mucho menos. Que sí, que lo saben. Saben que no son débiles ni frágiles, aunque lo parezcan. Son los más fuertes ante el enemigo común. Muchos, incluso, conocen cómo actúa el maldito coronavirus y son conscientes de que a ellos no les haría casi nada, pero a los abuelos podría matarlos. Esto es como un videojuego, sí, pero real. Tienen claro que hay que pasarse todas las pantallas y llegar hasta un final feliz, pero también real. Todo lo que están viviendo será historia.

 


De momento, solo acaba de comenzar. Pero por si acaso nos pilla el final del mundo en abril, al menos que nos pille bailando; cantando; ingeniando ideas de balcón con nuestros ya conocidos vecinos; sonriendo ante la adversidad; manteniendo el buen humor; buscando el lado positivo; y, sobre todo, juntos o separados alimentando el calor nuestros seres queridos. Pronto volveremos a abrazarnos. Pronto transformaremos la tormenta con forma de calma, en una calma verdadera. Mientras tanto, toca quedarse en casa, ser responsable y luchar todos juntos para volver con más fuerza. Porque en las situaciones de crisis, es donde reluce el ser humano. La otra solución: acogernos al guión de 2020. En ese caso, por si no nos volvemos a ver: buenos días, buenas tardes y buenas noches.

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